De acuerdo con la opinión de muchos expertos, una buena forma de estimular la economía sería una rebaja temporal del IVA, medida tendría un efecto inmediato sobre los consumidores. Otra posibilidad sería ofrecer un periodo de vacaciones fiscales a las empresas. “El tiempo es esencial. La recesión es ahora. Si se quiere contribuir a que la economía no caiga en una espiral negativa, hay que enviar deprisa una señal clara, algo como unas vacaciones fiscales, las rebajas del IVA o de las contribuciones sociales”, afirma Gilles Moec de Bank of America.
Según Juergen Michels, economista de Citigroup, una rebaja del IVA también daría margen al Banco Central Europeo para bajar los tipos de interés, puesto que aliviaría las presiones inflacionistas. Muchos Estados miembros disponen de margen para rebajar el IVA porque tienen tipos superiores al mínimo comunitario, del 15%. De todos modos, cualquier acción para reducir ese nivel mínimo necesitaría un acuerdo de todos los estados miembros.
Las vacaciones fiscales temporales son mejores que una reducción de los impuestos empresariales porque empezarían a funcionar ya y no dentro de un año. También evitarían que las empresas tengan que pagar impuestos en función de los buenos resultados del 2007 en un momento en que caen las ventas.
El presidente francés Nicolas Sarkozy también está considerando la aceleración de proyectos ferroviarios, pero los economistas afirman que las medidas de obras públicas son demasiado lentas para que tengan efectos inmediatos. La idea francesa de vincular recapitalización de los bancos y requisitos para un crédito más fácil es buena, según los expertos, porque no afectaría de modo negativo a los presupuestos.
Los economistas prevén un crecimiento de las diferencias presupuestarias de la zona euro al tiempo que se desaceleran los ingresos, mientras que el gasto - incluso sin medidas discrecionales adicionales- crecerá en un proceso permitido según las reglas presupuestarias comunitarias de acuerdo con los llamados estabilizadores automáticos.
Los economistas advierten de que, si bien aciertan al actuar para amortiguar la desaceleración, los gobiernos no deben desentenderse del límite en los déficit del 3% del PIB a causa del desafío futuro que supone para las finanzas públicas el envejecimiento de la sociedad. “No hay que perder de vista el principio de la consolidación presupuestaria, porque si uno se deshace de él ahora, será muy difícil volver a reintroducirlo; y Europa se enfrenta a enormes desafíos futuros en el ámbito fiscal”, explica Michels.
Ahora bien, según los economistas, aunque es posible que varios países (sobre todo, Francia) superen este año y el próximo el límite del 3%, no se esperan transgresiones masivas de las reglas presupuestarias. “No habrá excesos en el gasto”, afirma Carsten Brzeski, economista de ING. “Los gobiernos se han vuelto más responsables. Es una consecuencia de los últimos diez años de política comunitaria. Han comprendido la necesidad de conseguir un presupuesto equilibrado”.
“No creo que Francia y Alemania estén haciendo lo correcto. Comprendo los motivos por los que es algo políticamente sensible, pero el dinero podría gastarse mejor en medidas más generales”, afirma Gilles Moec, economista del Bank of America. “Las medidas sectoriales son muy distorsionadoras, y es probable que los sectores seleccionados no sean los adecuados. Si un sector está maduro para un ajuste, hay que dejar que el ajuste se produzca”, comenta Moec refiriéndose a las burbujas inmobiliarias. Tras prometer 2,2 billones de euros para restaurar la confianza en los bancos, los políticos europeos buscan ahora formas de ayudar a la economía real; sobre todo, a las que, como Alemania, celebran elecciones el año que viene.
Planteamientos que quedaron plasmados en los acuerdos de Bretton Woods, que dieron nacimiento al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional y al Estado de bienestar.
Sin embargo, treinta años de planificación estatal, burocracia regulatoria y aversión al riesgo fueron empobreciendo las sociedades que habían abrazado el socialismo o la economía social de mercado. Estas crisis, unidas a la globalización de los mercados, hicieron florecer con una fuerza inusitada una nueva revolución capitalista cimentada en las teorías de Hayek.
Como si fueran fichas de dominó, fueron cayendo las economías planificadas que vieron en el mercantilismo la tabla de salvación de sus problemas. Así paso desde Rusia hasta China, pasando por Latinoamérica, India, los países del Sudeste Asiático, sin olvidar los países del Este de Europa. La caída del muro de Berlín se convirtió en el símbolo del llamado socialismo científico y con él el declive de la socialdemocracia y el Estado de bienestar.
Reino Unido, Alemania, Italia o España fueron privatizando las empresas públicas y reduciendo el papel del Estado en la economía. Ronald Reagan en EE. UU. y Margaret Thatcher en Gran Bretaña encarnaron la nueva revolución capitalista. Esta llegó a su máxima expresión en los New Com que han asesorado en la última década a los gobiernos republicanos de George W. Bush y llevaron la autorregulación de los mercados financieros a su máxima expresión. El resultado fueron una serie de crisis financieras en cadena - México, Argentina, Tailandia o Corea del Sur- que han desembocaron en el crac del sistema financiero mundial en octubre. Paradójicamente esto es lo que ha hecho virar de nuevo a todos los gobiernos del mundo hacia los planteamientos de Keynes. Ha sido el primer ministro británico, el laborista Gordon Brown, quien ha propuesto nacionalizar los bancos británicos en crisis. Hasta el propio presidente de EE. UU., George W. Bush, ha tenido que optar por la intervención salvaje desde el Estado para frenar la crisis sistémica y evitar que la recesión se convierta en depresión. La traducción en España de esta batalla ideológica para definir cuáles son los mecanismos del control económico se ha puesto de manifiesto en las fórmulas para superar la crisis. El Gobierno socialista de Zapatero ha apostado por incrementar fuertemente las ayudas públicas al desempleo y las pensiones. Inversiones para infraestructuras, ayudas públicas a las viviendas y avales al sistema financiero. Su planteamiento es que el Estado haga de colchón social mientras la economía se ajusta.
Por el contrario, Rajoy propugna una fuerte rebaja de impuestos, recorte del gasto público y reformas estructurales para que sea la sociedad civil quien reactive la economía real.
domingo, 15 de junio de 2008
martes, 10 de junio de 2008
Keynes y Hayec. Zapatero y Rajoy
Keynes y Hayek, al igual que Zapatero y Rajoy, defienden el mismo objetivo. Evitar que la crisis se convierta en una recesión económica que acabe dañando el sistema democrático. Es decir, encontrar la mejor ecuación entre libertad y prosperidad, aunque los caminos que postulan son radicalmente distintos.
Keynes, a través de su revolucionaria teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936), puso las bases para entender y ordenar el funcionamiento de la economía. Esta es la razón por la que se le considera el padre de la macroeconomía. Fue él quien definió términos como producto interior bruto, tasa de desempleo, inflación, etcétera.
Su planteamiento es que cuando el libre mercado inevitablemente comete excesos, se traducen en disfunciones, que se traducen en cracs bursátiles, crisis económicas, desempleo y pobreza. Por tanto, son los estados quienes tienen que intervenir para poner reglas y restablecer el funcionamiento del mercado. De acuerdo con su teoría, cuando una sociedad entra en una grave crisis, tienen que ser los estados quienes pidan el dinero prestado e inviertan grandes cantidades de recursos para paliar la situación. Por una parte propugna destinar el dinero público a garantizar las necesidades básicas de las personas - seguro de desempleo, sanidad o educación-. De hecho, sus planteamientos dieron lugar al nacimiento del Estado de bienestar en Europa y al new deal que puso en marcha Roosevelt en EE. UU.
Paralelamente creía que tiene que ser el Estado quien realice las inversiones en infraestructuras para hacer de locomotora y superar la crisis. En definitiva, más gasto y, fundamentalmente, más regulación para dar confianza y evitar que se reproduzcan los excesos del mercado.
El precio que pagar por estas políticas es un fuerte déficit y deuda pública y el aumento del desempleo.
Por esta razón, defendía mantener una política presupuestaria anticíclica. De tal manera que en etapas de crisis el Estado se endeudase y en momentos de bonanza acumulara superávit.
Este planteamiento fue absolutamente rechazado por Hayek. Así lo recogió en su obra Camino de servidumbre.De acuerdo con sus planteamientos, esta intervención del Estado atenta contra la libertad individual y conduce a los estados a los totalitarismos y la inoperancia.
El eje central de su discurso es la lucha contra la inflación, que en su opinión corroe la democracia porque lamina a las clases medias. No cree en la macroeconomía y condena la acumulación por parte de los estados de abultados déficits públicos. Opina que estas grandes cantidades de dinero detraídas al sector público impiden que el ingenio creativo de los individuos se ponga en marcha para crear riqueza.
La demostración palpable de sus planteamientos era el mal funcionamiento de las empresas públicas frente a la agilidad del sector privado.
Hayek defendía recuperar las fuentes de la economía clásica de Adam Smith - “dejar ser, dejar hacer”-. Era absolutamente contrario a la regulación y la obsesión de los estados de controlarlo todo, porque de acuerdo con su planteamiento el mercado se autorregula.
Evidentemente el precio de sus planteamientos es el desempleo que la sociedad tendría que asumir y absorber durante los periodos de ajuste. Las circunstancias históricas hicieron que durante más de treinta años las teorías de Keynes fueran asumidas por la mayor parte de los estados, dejando el mercantilismo prácticamente aparcado desde los años cuarenta hasta los ochenta.
Según el parecer de los economistas, es probable que la economía de la zona euro se encuentre ya en recesión técnica (definida como dos trimestres consecutivos de caída del PIB). ¿Qué hacer?
Keynes, a través de su revolucionaria teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936), puso las bases para entender y ordenar el funcionamiento de la economía. Esta es la razón por la que se le considera el padre de la macroeconomía. Fue él quien definió términos como producto interior bruto, tasa de desempleo, inflación, etcétera.
Su planteamiento es que cuando el libre mercado inevitablemente comete excesos, se traducen en disfunciones, que se traducen en cracs bursátiles, crisis económicas, desempleo y pobreza. Por tanto, son los estados quienes tienen que intervenir para poner reglas y restablecer el funcionamiento del mercado. De acuerdo con su teoría, cuando una sociedad entra en una grave crisis, tienen que ser los estados quienes pidan el dinero prestado e inviertan grandes cantidades de recursos para paliar la situación. Por una parte propugna destinar el dinero público a garantizar las necesidades básicas de las personas - seguro de desempleo, sanidad o educación-. De hecho, sus planteamientos dieron lugar al nacimiento del Estado de bienestar en Europa y al new deal que puso en marcha Roosevelt en EE. UU.
Paralelamente creía que tiene que ser el Estado quien realice las inversiones en infraestructuras para hacer de locomotora y superar la crisis. En definitiva, más gasto y, fundamentalmente, más regulación para dar confianza y evitar que se reproduzcan los excesos del mercado.
El precio que pagar por estas políticas es un fuerte déficit y deuda pública y el aumento del desempleo.
Por esta razón, defendía mantener una política presupuestaria anticíclica. De tal manera que en etapas de crisis el Estado se endeudase y en momentos de bonanza acumulara superávit.
Este planteamiento fue absolutamente rechazado por Hayek. Así lo recogió en su obra Camino de servidumbre.De acuerdo con sus planteamientos, esta intervención del Estado atenta contra la libertad individual y conduce a los estados a los totalitarismos y la inoperancia.
El eje central de su discurso es la lucha contra la inflación, que en su opinión corroe la democracia porque lamina a las clases medias. No cree en la macroeconomía y condena la acumulación por parte de los estados de abultados déficits públicos. Opina que estas grandes cantidades de dinero detraídas al sector público impiden que el ingenio creativo de los individuos se ponga en marcha para crear riqueza.
La demostración palpable de sus planteamientos era el mal funcionamiento de las empresas públicas frente a la agilidad del sector privado.
Hayek defendía recuperar las fuentes de la economía clásica de Adam Smith - “dejar ser, dejar hacer”-. Era absolutamente contrario a la regulación y la obsesión de los estados de controlarlo todo, porque de acuerdo con su planteamiento el mercado se autorregula.
Evidentemente el precio de sus planteamientos es el desempleo que la sociedad tendría que asumir y absorber durante los periodos de ajuste. Las circunstancias históricas hicieron que durante más de treinta años las teorías de Keynes fueran asumidas por la mayor parte de los estados, dejando el mercantilismo prácticamente aparcado desde los años cuarenta hasta los ochenta.
Según el parecer de los economistas, es probable que la economía de la zona euro se encuentre ya en recesión técnica (definida como dos trimestres consecutivos de caída del PIB). ¿Qué hacer?
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